Boletín
del Movimiento de Schoenstatt Argentina
– 18 de mayo de 2012
Queridos hermanos en la
Alianza:
Muchas veces me he encontrado
con padres que me dicen contentos: “¡Cómo ha cambiado mi hijo desde que se reúne
con su grupo de Schoenstatt! Parece otro”. Pero también me ha sucedido al revés:
hijos que se admiran del cambio de sus padres desde que comenzaron a “ir a
Schoenstatt”.
¿Cuál es la causa de ese cambio? ¿Es el grupo con quienes
se reúnen, los temas que trabajan o las reflexiones que tocan el alma? Puede
ser, pero verdaderamente el factor
principal del cambio interior es el vínculo personal con la Sma. Virgen en su
Santuario de Schoenstatt.
Cuando pienso en los jóvenes reunidos en el Santuario
rezando y cantando a María, o los matrimonios, los hombres, los grupos de las
madres o los misioneros de la Campaña cuando se reúnen a rezar por las familias,
el trabajo y la Patria, o los peregrinos cuando van a presentarle a la Madrecita
sus anhelos y necesidades, todos esos “momentos de Santuario” son momentos de gracia de transformación
interior.
María en el Santuario no sólo nos cobija regalándonos su
amor de Madre sino que también nos llena
del Espíritu de Cristo, Espíritu de santidad, que nos transforma en hombres
nuevos.
Esta gracia de la transformación interior
también puede comprobarse mirando la historia de la Familia de Schoenstatt, y en
primer lugar la vida del Padre Fundador: la Alianza de Amor con María en el
Santuario fue la fuente de su santidad y el fundamento de su fecunda vida
sacerdotal. Pensemos también en los primeros jóvenes, como José Engling, que
acompañaron al P. Kentenich en la fundación de Schoenstatt, o mujeres, como la
Hna. Emilie, y hombres, como Mario Hiriart: todos ellos experimentaron un enorme
cambio interior por las gracias recibidas en el Santuario por manos de María.
Todos ellos vivieron y murieron santamente al servicio del Reino de Cristo y
María.
Pensemos también en nosotros mismos desde que comenzamos a
peregrinar al Santuario o a la ermita de la Virgen. Tal vez muchos pensaban que
las mañas o pecados ya estaban tan arraigados en el corazón que ya no podríamos
cambiar. Sin embargo, pedido tras pedido, entregándonos a su amor, de a poco
algo comenzó a cambiar. Nosotros mismos
somos testigos de la gracia de transformación interior que regala la Sma.
Virgen en el Santuario.
Esta gracia está unida a la gracia del
cobijamiento, porque no hay mayor poder
de cambio y transformación que el amor. Decía el P. Kentenich que los santos
comenzaron el camino de la santidad cuando descubrieron el infinito amor de Dios
por ellos. Efectivamente, el reconocernos amados, aceptados y cobijados por Dios
y por la Virgen en el Santuario nos causa consuelo, paz, alegría interior y un
impulso vital tan grande, que
se despiertan y desarrollan las fuerzas de nuestro propio
amor.
En
la fuerza del Espíritu Santo, la Sma. Virgen quiere ayudarnos a crecer hacia la
santidad. La gracia de la transformación interior tiene
como objetivo renovar nuestro corazón y nuestra vida
despojándonos del hombre viejo y revistiéndonos del hombre nuevo. Como dice San
Pablo:
“De
él (Jesús) aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban,
despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la
concupiscencia, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del
hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera
santidad”
(Ef. 4, 22). Justamente, el
Santuario es la
escuela donde María nos educa en el amor de Cristo, como lo hizo en la casa
de Nazaret; es la
fragua donde Ella forja personalidades libres, fuertes, santas y misioneras
como lo hizo con los apóstoles en el Cenáculo. Allí María nos capacita para
el encuentro personal y el diálogo sincero; nos educa en los valores morales y
religiosos, y nos mueve al compromiso responsable y solidario.
Por último, esta gracia
de la transformación interior se proyecta en nuestros vínculos: en su Santuario
la Santísima Virgen quiere transformarnos en hombres profundamente
comunitarios, capaces de amar con un amor generoso y cálido como el que
ella tuvo. María quiere educarnos como hijos del Padre Dios y hermanos en
Cristo, miembros
activos de la Iglesia y promotores de buenos
cambios en nuestras familias, en nuestros grupos de amigos, en nuestro
trabajo y allí donde nos toque actuar.
“En el
Santuario estamos congregados,
allí nuestros corazones arden en amor por
la Madre tres Veces Admirable,
que por
nosotros quiere construir su Reino”
(P. José Kentenich, Hacia el Padre, nº
4)
Pronto celebraremos el 25 de mayo y la fiesta de Pentecostés. ¿Nuestra Patria y el mundo
no necesitan acaso también un gran cambio, la irrupción del Espíritu de verdad,
de unidad, de solidaridad? ¿No necesitamos crecer más en el respeto a la vida,
desde su concepción hasta la muerte natural? (ver adjunto: “Declaración de la
Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina” sobre las leyes de
“Muerte digna” e “Identidad de Género”). Sí, necesitamos un gran
cambio interior en cada uno para una renovación de la sociedad, necesitamos un
nuevo Pentecostés.
Queridos hermanos, en este próximo Pentecostés los invito a
rezar a la Sma. Virgen en nuestros Santuarios y ermitas, que Ella implore el
Espíritu Santo para que renueve nuestro corazón, el de cada padre y madre de
familia, de cada dirigente político y social, de cada empresario y obrero; y
sobre todo, que renueve el corazón de los que tienen la alta responsabilidad de
gobernar, legislar e impartir justicia, para que en
nuestra Patria reinen la verdad, la justicia, la unidad y la paz.
Desde el Santuario les deseo un bendecido día de
Alianza,
P. José Javier Arteaga
¡SANTUARIO VIVO, HOGAR PARA EL
MUNDO!
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